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PSICOLOGÍA CLÍNICA EN VIÑA DEL MAR
En este artículo, la psicóloga Fernanda Gumucio explora el impacto del perfeccionismo en la vida de los profesionales, enfocándose en cómo la búsqueda incesante de alcanzar ideales inalcanzables puede afectar negativamente la salud mental. En Subjetivamente, nuestro centro de psicología clínica en Viña del Mar, nos dedicamos a ayudar a los profesionales a comprender y gestionar estos patrones de comportamiento, promoviendo una visión más equilibrada de sí mismos y de sus logros.
Fernanda aborda este tema desde una perspectiva psicoanalítica, basada en las teorías de Freud, Bowlby y Winnicott, quienes ayudan a comprender cómo el perfeccionismo no solo es una conducta aprendida, sino una respuesta emocional compleja, motivada por el deseo de evitar el juicio y el rechazo.
En un mundo que aplaude la perfección, muchos profesionales se encuentran atrapados en una carrera interminable hacia un ideal inalcanzable. Lo que comienza como un esfuerzo por alcanzar altos estándares se convierte, con el tiempo, en una presión constante que desgasta y consume energías. La sociedad admira a quienes no se conforman y siempre buscan «algo más», pero poco se habla del costo emocional que esto conlleva.
Detrás de una fachada de éxito, muchos profesionales viven una lucha interna. Una paciente comentó: “Sé que lo que hice está bien, pero no puedo evitar revisarlo una y otra vez… Siempre siento que debo ajustar algo más, y al presentar mi trabajo, me quedo con esa sensación de que no estoy conforme”. Aunque sabe que ha cumplido e incluso superado las expectativas, esa insatisfacción persiste. Para ella, revisar y perfeccionar hasta el último detalle no es un simple hábito, sino una respuesta a la constante presión de no ser suficiente.
Otro paciente expresó algo similar: “No importa cuántos logros alcance, siempre siento que debería haber hecho más o mejor”. En su caso, la autoexigencia no nace del deseo de superación, sino del miedo a que cualquier error, por mínimo que sea, sea visto como un fracaso. En lugar de disfrutar de sus éxitos, se siente atrapado en una espiral de autocrítica donde la satisfacción es efímera y siempre sustituida por nuevas demandas internas.
Estas experiencias reflejan lo que Freud denominaba como el conflicto entre el «superyó» y el «yo» (Freud, 1923). El perfeccionismo se convierte en una batalla entre las expectativas internas y el deseo de evitar la desaprobación externa. La búsqueda de validación, tanto de superiores como de colegas, empuja a las personas más allá de sus propios límites. El perfeccionismo, entonces, pasa de ser una herramienta para lograr la excelencia a una forma de protegerse del miedo al rechazo y la crítica.
El perfeccionismo puede parecer un atributo admirable, especialmente en el ámbito profesional, donde la búsqueda de altos estándares suele ser recompensada. Sin embargo, para aquellos atrapados en esta mentalidad, no se trata simplemente de hacer un buen trabajo, sino de evitar cualquier error. John Bowlby, al desarrollar su teoría del apego, sugirió que la necesidad de perfección puede surgir de una inseguridad profunda originada en las primeras relaciones de apego, donde los niños aprendían que solo al ser «perfectos» podían ganar la aprobación de las figuras de autoridad (Bowlby, 1969).
Karen Horney también abordó esta temática. En su obra, describió el perfeccionismo como una «estrategia defensiva» frente a sentimientos de insuficiencia. Aquellos que sienten una fuerte necesidad de aprobación social se ven empujados a cumplir con expectativas externas a costa de sus propias necesidades. Para estos individuos, el perfeccionismo se convierte en un medio para ganar aceptación y evitar el rechazo. Según Horney, este comportamiento está vinculado a una «necesidad básica de seguridad», desarrollada desde la infancia, en respuesta a amenazas emocionales (Horney, 1950).
Este ciclo perpetuo de autoexigencia no solo genera estrés y ansiedad, sino que también socava la capacidad de disfrutar los logros alcanzados. La sensación de que «siempre podría haber hecho más» persiste, incluso cuando se ha alcanzado el éxito. Donald Winnicott, por su parte, sugirió que el perfeccionismo puede ser el resultado de un «falso self», una identidad construida para cumplir con las expectativas de los demás, a costa de la autenticidad (Winnicott, 1960).
El perfeccionismo no es solo un patrón de comportamiento, sino una forma de protegerse contra el miedo al juicio y al rechazo. Freud explicó que este tipo de comportamientos pueden estar relacionados con la formación del «superyó», que impone expectativas rígidas y conduce a la autocensura (Freud, 1923). En este sentido, el miedo a no ser lo suficientemente bueno impulsa a las personas a crear una identidad basada en lo que creen que otros esperan de ellas, en lugar de en su propio sentido de sí mismas.
La teoría del apego de John Bowlby también aporta una comprensión profunda de este fenómeno. Según él, las experiencias de apego inseguro en la infancia pueden llevar a desarrollar un perfeccionismo defensivo, en el que las personas creen que solo al ser perfectas evitarán el abandono o el rechazo. Esta «falsa» identidad se siente vacía y desconectada del verdadero yo, impidiendo que el individuo disfrute del éxito.
Donald Winnicott, en su concepto del «falso self», propone que esta identidad construida para satisfacer a los demás mina la autenticidad y el bienestar emocional. La persona queda atrapada en una imagen externa, incapaz de experimentar una satisfacción verdadera en su trabajo o en su vida personal, ya que el perfeccionismo reemplaza la posibilidad de ser auténtico.
El perfeccionismo, más que una simple búsqueda de excelencia, es una respuesta a profundas necesidades emocionales. Karen Horney sugirió que lo que comienza como una forma de protegerse de la inseguridad y la falta de validación puede transformarse en una trampa, en un ciclo interminable donde la satisfacción nunca llega (Horney, 1950). A medida que las expectativas externas o internas se convierten en la brújula de la vida profesional, el precio emocional se acumula: ansiedad, insatisfacción y una constante sensación de ser insuficientes, sin importar cuán cerca se esté del ideal.
En este sentido, la propuesta de Donald Winnicott sobre el «falso self» cobra especial relevancia. El perfeccionismo, alimentado por el miedo a ser juzgados, tiende a construir una imagen de nosotros mismos que no refleja lo que realmente somos, sino lo que creemos que los demás quieren que seamos. Esta identidad fragmentada no solo es inalcanzable, sino que priva a las personas de la oportunidad de conectar con su verdadero ser y disfrutar del proceso creativo sin el peso de la autocrítica constante (Winnicott, 1960).
Liberarse de este ciclo no significa renunciar a la excelencia, sino más bien permitir la imperfección como parte del proceso humano. Como sugieren Horney y Winnicott, es esencial comenzar a reconocer y sanar las inseguridades subyacentes que impulsan este deseo insaciable de perfección. Solo entonces, podremos abrazar una versión más auténtica de nosotros mismos, una que no dependa de la validación externa, sino que se base en el reconocimiento interno de nuestro valor y en la aceptación de nuestras imperfecciones.
La clave radica en replantear el concepto de éxito. En lugar de ver la perfección como la única medida de logro, podríamos empezar a valorar el proceso, los aprendizajes y, sobre todo, la autenticidad en nuestras acciones. Dejar ir el perfeccionismo y optar por la «excelencia suficiente» no solo abre espacio para el crecimiento profesional y personal, sino que también permite disfrutar más plenamente del camino.
Si quieres saber más sobre la salud mental en el trabajo, puedes leer el artículo «Cuando el trabajo agota«.
Psicóloga Clínica
+15 años de experiencia
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