¿Por qué no puedo dejar de ver malas noticias? Doomscrolling y saturación emocional

Fernanda Gumucio Dobbs

“Las imágenes del sufrimiento no nos dejan indiferentes. Pero el modo en que las vemos puede volvernos indiferentes.”
— Susan Sontag

Vivimos en un tiempo en que el dolor se despliega ante nosotros con una facilidad abrumadora. Basta deslizar un dedo para entrar en contacto con guerras, tragedias, catástrofes, muertes, cuerpos sin vida, gritos. Las redes sociales han convertido el desastre en rutina visual, y el mal —ese que antes parecía excepcional— en algo cotidiano. Pero el problema no es solo lo que vemos, sino lo que ese mirar produce en nosotros. ¿Por qué seguimos viendo aquello que nos duele? ¿Qué nos ata a esa fascinación por el sufrimiento?

Durante la pandemia emergió con fuerza el concepto de doomscrolling, que alude a ese hábito compulsivo de consumir noticias negativas sin poder parar. El scroll se vuelve un gesto automático, una búsqueda sin fin. Aunque el contenido angustia, no lo dejamos. Como si necesitáramos tocar el horror para confirmar que estamos vivos. Esta paradoja ha sido estudiada desde la psicología: algunos autores hablan de la dopamina del dolor, una forma de activación que no genera placer, pero sí impacto. El sistema nervioso responde, el cuerpo se enciende, y algo en nosotros —aunque sea por unos segundos— se siente intensamente estimulado. No hay goce, pero hay intensidad. Y eso basta para repetir el ciclo.

Detrás de esta compulsión hay algo más profundo: una búsqueda de sentido en medio del caos. Ver imágenes del sufrimiento ajeno puede despertar una emoción que no siempre encontramos en lo cotidiano. Nos recuerda que el mundo está vivo, que la tragedia es real, que hay algo urgente más allá de nuestras rutinas. Pero esta conexión es fugaz, porque no hay tiempo ni espacio para elaborar lo que sentimos. Pasamos de una imagen a otra como si estuviéramos viendo una serie interminable de episodios sin trama. Y en esa saturación emocional, el impacto pierde fuerza, la empatía se diluye, y la conciencia se adormece.

Estar constantemente expuestos a contenidos dolorosos tiene consecuencias. Muchas personas describen sentirse colapsadas, pero no saben por qué. Lloran sin motivo, se irritan con facilidad, se sienten agotadas al final del día sin haber hecho “nada importante”. La sobreexposición a imágenes de sufrimiento activa nuestro sistema de alerta, como si estuviéramos en una amenaza constante. Esto genera fatiga mental, dificultad para concentrarse y una sensación de impotencia que puede convertirse en desesperanza. El cuerpo responde al desastre incluso si no lo vivimos en carne propia.

Además, esta forma de consumo no es pasiva: transforma nuestra forma de pensar, de vincularnos, de narrarnos. El doomscrolling instala una mirada del mundo donde el peligro es constante, donde siempre hay algo peor que podría pasar. Y así, lentamente, comenzamos a desconfiar del bienestar. Nos cuesta disfrutar sin culpa, descansar sin sentir que estamos ignorando algo grave. La angustia se convierte en estado de fondo, y la calma en una experiencia sospechosa.

También hay una dimensión ética que no podemos eludir: ¿qué implica ver tanto sin hacer nada? ¿Qué ocurre cuando el dolor del otro se convierte en parte de nuestra rutina digital, en una imagen más entre tantas? Las redes sociales nos invitan a pasar de una escena de guerra a una receta, de un niño herido a una tendencia de moda. El impacto se convierte en entretenimiento. Y cuando eso pasa, algo de nuestra humanidad se erosiona.

Este fenómeno no es solo individual: habla de una cultura. Una cultura que ha hecho del sufrimiento un producto más, algo que se consume, se comparte, se comenta, pero pocas veces se sostiene emocionalmente. Vemos y compartimos tragedias como forma de estar al día, de participar en la conversación social, de mostrar sensibilidad. Pero ¿realmente sentimos lo que vemos? ¿O simplemente no queremos quedar fuera de la narrativa colectiva?

Y sin embargo, hay algo en nosotros que resiste. Hay momentos en que sentimos el impulso de apagar la pantalla, de mirar por la ventana, de tocar algo real. Y ahí aparece la pregunta más importante: ¿qué hacemos con todo esto? ¿Cómo cuidamos nuestro mundo interno en un tiempo que nos exige estar informados, conectados, disponibles y atentos al desastre?

Resistir no es dejar de mirar, sino aprender a mirar distinto. Con conciencia, con pausa, con humanidad. No se trata de desconectarse del mundo, sino de proteger nuestros márgenes afectivos para no naufragar en el dolor ajeno. A veces, eso significa poner límites concretos: reducir el tiempo de exposición, filtrar el contenido, elegir cuándo y cómo informarse. Otras veces, implica volver a lo básico: respirar con atención, mirar el cielo, tocar algo vivo, hablar con alguien. Reconectar con lo esencial.

También implica recuperar el valor del pensamiento. No basta con ver: necesitamos pensar lo que vemos, sentirlo, elaborarlo. Si el sufrimiento solo nos golpea pero no nos transforma, si solo nos duele pero no nos mueve, corremos el riesgo de vivir anestesiados, de perder la capacidad de asombro y de ternura.

Reconocer que no podemos con todo también es una forma de cuidado. No estás obligada —ni obligado— a sostener el dolor del mundo entero. Estar bien no es ignorar el sufrimiento, es prepararte para enfrentarlo con más integridad cuando sea necesario. Mirar con humanidad es mirar sin anestesia, pero también sin culpa. Porque el mundo necesita personas lúcidas, no personas rotas.

“No es que estemos insensibilizados, sino saturados. Y aprender a cuidarnos también es una forma de compromiso con lo humano.”
— Marina Garcés

COMPARTE ESTE POST

´Únete a nuestra comunidad

Accede a información semanal, promociones y noticias sobre bienestar y salud mental.

Nosotros te Orientamos

En Subjetivamente nos especializamos en todo tipo de condiciones y malestares relacionados a tu salud mental.

Contamos con un equipo de psicoterapeutas especializados e integrados, para que puedas atenderte de manera integral, cómoda y segura.

Gracias a la experiencia de nuestro equipo somos capaces de ofrecerte terapias y orientación psicoterapéutica avanzada. De esta forma, te ayudamos a resolver tanto problemas de tu personalidad como alteraciones de la dinámica interpersonal y familiar.

Lo que obtienes en Subjetivamente

  • Valoración integral del paciente.
  • Atención Personalizada
  • Privacidad y Confidencialidad.
  • Equipo Integrado.
Scroll al inicio

Comienza eL AÑO CON psicoterapia

Descuento especial 20%

INGRESANDO EL CÓDIGO
SALUD2025

— EN SESIONES DE JORNADA AM —