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La economía del agotamiento: pobreza y salud mental

La economía del agotamiento: pobreza y salud mental

Vivimos en una era definida por el agotamiento. La constante presión por ser más productivos, por competir en un mundo que prioriza el rendimiento sobre el bienestar, está llevando a millones de personas al límite de sus capacidades físicas y mentales. Este fenómeno, conocido como la «economía del agotamiento», afecta no solo a los individuos, sino también a las estructuras sociales y económicas que perpetúan este modelo. En este contexto, los problemas de salud mental como la ansiedad, la depresión y el burnout han alcanzado niveles alarmantes, convirtiéndose en una crisis global.

El informe titulado «The Burnout Economy: Poverty and Mental Health«, escrito por el jurista Olivier de Shutter y presentado ante la Asamblea General de la ONU en 2024, aborda este tema desde una perspectiva amplia, explorando cómo el agotamiento, junto con la pobreza y la desigualdad, generan un ciclo vicioso que impacta tanto la salud mental individual como la cohesión social. Este documento propone repensar nuestras prioridades colectivas, cuestionando un sistema económico que valora más la productividad que el bienestar humano.

Este artículo analiza los hallazgos clave del informe, destacando cómo el agotamiento se ha normalizado en nuestras vidas y sus implicancias para la salud mental. También exploraremos las estrategias necesarias para transformar estas estructuras, enfocándonos en soluciones que prioricen el descanso, la dignidad y la conexión humana por encima de la competencia sin límites.

En Subjetivamente con este artículo queremos proponer una reflexión profunda sobre la forma en que vivimos, así como promover acciones concretas para construir un futuro más equilibrado y saludable para todos.

Tabla de Contenidos

El agotamiento como fenómeno estructural

El agotamiento, comúnmente asociado a la experiencia individual del cansancio extremo, debe entenderse como un fenómeno profundamente estructural. Este estado de agotamiento crónico no surge de manera aislada, sino que se enraíza en sistemas económicos y sociales que valoran la productividad por encima del bienestar.

En la llamada «economía del agotamiento», el éxito personal está intrínsecamente vinculado al rendimiento constante. Las jornadas laborales prolongadas, la inestabilidad laboral y la presión para cumplir con estándares inalcanzables son características comunes de este modelo. Estas dinámicas generan un impacto negativo en la salud mental colectiva, normalizando la idea de que el sacrificio personal es un requisito inevitable para alcanzar metas profesionales o económicas.

Según el informe, este agotamiento estructural no solo afecta a los individuos que sufren directamente sus consecuencias, sino que también contribuye a perpetuar desigualdades. Las personas en situaciones de mayor vulnerabilidad económica suelen experimentar tasas desproporcionadas de ansiedad y depresión, en parte debido a la precariedad laboral y la falta de redes de apoyo. Esta situación genera un círculo vicioso: el agotamiento mental reduce la capacidad de buscar oportunidades que podrían mejorar sus condiciones de vida, reforzando así las barreras sistémicas que perpetúan la desigualdad.

Además, el agotamiento no solo se manifiesta en el ámbito laboral. Las presiones sociales para mantener una imagen de éxito y para cumplir con expectativas de consumo también alimentan esta crisis. En este sentido, la «economía del agotamiento» no solo afecta a la salud mental, sino que redefine cómo entendemos el valor y el propósito de nuestras vidas.

El impacto subjetivo del agotamiento

Más allá de las estadísticas y los análisis estructurales, el agotamiento tiene un profundo impacto subjetivo en las personas. Aquellos que se sienten atrapados en este ciclo a menudo experimentan una pérdida de sentido, describiendo una desconexión con sus propias emociones y objetivos vitales. Este «vacío interno» no es solo una consecuencia del exceso de trabajo, sino también del aislamiento emocional que surge cuando el tiempo y la energía se dedican exclusivamente a cumplir expectativas externas.

El informe enfatiza que la solución a esta crisis requiere un cambio cultural, además de intervenciones económicas. Reconocer el agotamiento como un problema sistémico es el primer paso para desafiar las narrativas que nos empujan a buscar constantemente más, incluso a costa de nuestra salud y bienestar.

Círculos viciosos: agotamiento, salud mental y desigualdad

El agotamiento crónico no solo afecta la salud mental individual, sino que también refuerza estructuras de desigualdad que perpetúan las condiciones que lo generan. Según el informe, este ciclo vicioso opera de la siguiente manera:

  1. El agotamiento alimenta problemas de salud mental: La constante presión por cumplir con estándares elevados, unida a la falta de tiempo para el descanso y la recuperación, aumenta los niveles de estrés, ansiedad y depresión. Este desgaste emocional reduce la capacidad de las personas para gestionar su tiempo y recursos, lo que a menudo resulta en un rendimiento laboral disminuido.

  2. La salud mental debilitada perpetúa la desigualdad: Las personas que sufren de ansiedad o depresión severa tienen menos probabilidades de acceder a oportunidades educativas o laborales que les permitan mejorar su situación socioeconómica. Esto perpetúa un estado de precariedad que refuerza el agotamiento.

  3. La desigualdad exacerba el agotamiento: Las condiciones económicas desiguales, como el acceso limitado a recursos esenciales y servicios de salud mental, intensifican el estrés y la inseguridad. Para quienes enfrentan estas barreras, el agotamiento no es solo un estado mental, sino una consecuencia inevitable de sobrevivir en un sistema injusto.

Además, la desigualdad afecta de manera desproporcionada a ciertos grupos, como mujeres, jóvenes y personas de comunidades marginadas. En muchos casos, las responsabilidades adicionales, como el trabajo no remunerado en el hogar, amplifican las presiones y limitan las posibilidades de encontrar alivio o apoyo.

Este círculo vicioso no solo es dañino para los individuos, sino que también tiene un impacto significativo en la sociedad en general. Los altos niveles de agotamiento y problemas de salud mental reducen la productividad, aumentan los costos de atención médica y erosionan la cohesión social. Reconocer estas interconexiones es esencial para diseñar políticas que aborden tanto las causas como las consecuencias del agotamiento estructural.

Determinantes sociales de la salud mental

La salud mental está profundamente influida por el entorno en el que vivimos. Más allá de los factores biológicos o individuales, las condiciones sociales desempeñan un papel central en el bienestar emocional de las personas. El informe resalta tres factores clave que perpetúan los problemas de salud mental, especialmente en contextos de desigualdad.

Desigualdad económica y su impacto emocional

No es solo la pobreza lo que afecta la salud mental, sino también la percepción de desigualdad. Vivir en una sociedad donde el éxito se mide por lo material puede ser emocionalmente devastador para quienes no tienen acceso a las mismas oportunidades. La comparación constante y la sensación de exclusión generan altos niveles de ansiedad, mientras que el sentimiento de estar «rezagado» afecta profundamente la autoestima.

En estas condiciones, el estrés no es únicamente una respuesta a la falta de recursos, sino también al entorno emocional que se crea alrededor de la desigualdad. Este estrés crónico, si no se aborda, puede convertirse en depresión o trastornos de ansiedad que afectan tanto a nivel individual como colectivo.

Precariedad laboral y el sentido de identidad

El trabajo, más allá de ser una fuente de ingresos, define gran parte de la identidad y el propósito de las personas. Cuando este trabajo es inestable, mal remunerado o inseguro, no solo se afecta la capacidad de cubrir las necesidades básicas, sino también el sentido de dignidad personal.

La incertidumbre laboral, con sus horarios impredecibles y la falta de protecciones sociales, crea una sensación constante de vulnerabilidad. Esto no solo genera estrés, sino que también mina la confianza en uno mismo y en el futuro, atrapando a las personas en un estado de agotamiento emocional.

Acceso limitado a espacios verdes y bienestar emocional

El entorno físico también influye en el bienestar mental. El acceso a espacios verdes, como parques o áreas naturales, tiene un impacto significativo en la reducción del estrés y la mejora de la salud emocional. Sin embargo, estos recursos suelen ser escasos o inaccesibles para las comunidades más vulnerables.

Esta falta de espacios para desconectar y reconectar con la naturaleza agrava las tensiones del día a día. En contraste, las personas que tienen acceso a estos lugares suelen reportar mejores niveles de bienestar y una mayor capacidad para manejar el estrés. Por lo tanto, garantizar la disponibilidad de áreas verdes en todas las comunidades no es solo una cuestión de infraestructura, sino una herramienta esencial para la equidad en salud mental.

Crítica al crecimiento económico como prioridad

Durante décadas, el crecimiento económico ha sido considerado el indicador principal del progreso de una sociedad. Sin embargo, este modelo, centrado casi exclusivamente en el Producto Interno Bruto (PIB), ha ignorado las consecuencias humanas y ambientales de una búsqueda constante por producir más. En este sistema, las personas se convierten en engranajes de una maquinaria cuyo único propósito es sostener un crecimiento infinito, incluso a costa de su bienestar.

El informe critica este enfoque, señalando cómo la obsesión por el crecimiento económico ha alimentado una “economía del agotamiento”. Este modelo no solo perpetúa desigualdades, sino que también normaliza condiciones laborales precarias, jornadas interminables y expectativas inalcanzables que afectan la salud mental colectiva. El sacrificio personal y el agotamiento se justifican en nombre del progreso económico, ignorando el costo emocional y social de este paradigma.

Además, el enfoque en el crecimiento como fin último ha llevado a desatender aspectos fundamentales del bienestar humano, como el acceso a servicios básicos, la salud mental, y el equilibrio entre trabajo y vida personal. Esta visión estrecha prioriza indicadores económicos sobre la calidad de vida de las personas, dejando de lado las experiencias subjetivas que realmente definen lo que significa prosperar.

Propuesta de un enfoque basado en el cuidado y la dignidad humana

Frente a estas críticas, el informe propone un cambio radical en las prioridades de las políticas públicas y económicas. En lugar de medir el progreso únicamente a través del PIB, debemos centrar nuestros esfuerzos en indicadores que reflejen el bienestar de las personas. Esto incluye niveles de salud mental, cohesión social, acceso equitativo a recursos y la sostenibilidad ambiental.

Un enfoque basado en el cuidado y la dignidad humana implica redefinir qué significa tener éxito como sociedad. En este modelo, el bienestar emocional, el acceso a servicios esenciales y la creación de comunidades resilientes se convierten en pilares fundamentales. La economía debe transformarse en una herramienta para apoyar a las personas, no en una meta en sí misma.

Para lograr esto, el informe sugiere políticas específicas que prioricen el descanso, la seguridad económica y la salud mental. Por ejemplo, implementar ingresos básicos universales, garantizar derechos laborales sólidos y promover un uso equitativo del tiempo son pasos fundamentales hacia un modelo que valore a las personas por encima de la productividad.

Este enfoque también llama a la construcción de una cultura que valore las relaciones humanas, el apoyo comunitario y el acceso a espacios de bienestar. Reivindicar la dignidad humana significa ofrecer a cada persona la oportunidad de vivir una vida plena, libre del agotamiento y la ansiedad que hoy definen nuestra realidad.

Impactos económicos globales de los problemas de salud mental

Los problemas de salud mental no solo tienen un costo personal y social significativo, sino que también representan un impacto económico masivo a nivel global. Según el informe, las enfermedades mentales como la depresión y la ansiedad son responsables de una pérdida anual de más de un trillón de dólares en productividad. Este costo se deriva principalmente de ausencias laborales, disminución del rendimiento en el trabajo y el abandono prematuro de carreras profesionales.

Además, el gasto en atención médica relacionado con la salud mental es un factor crucial. Los sistemas de salud pública enfrentan una creciente presión debido al aumento en la demanda de servicios relacionados con trastornos mentales. Sin embargo, en muchos países, los recursos destinados a esta área siguen siendo insuficientes, lo que amplifica el problema al dejar a millones de personas sin tratamiento adecuado.

La falta de inversión en salud mental no solo afecta a quienes sufren estas condiciones, sino que también tiene repercusiones económicas amplias. Cuando las personas no reciben el apoyo que necesitan, su capacidad para participar plenamente en la economía se ve gravemente limitada. Esto no solo perpetúa ciclos de pobreza, sino que también disminuye el crecimiento económico general al reducir el potencial colectivo de la fuerza laboral.

Por otro lado, los efectos económicos negativos no se distribuyen de manera equitativa. Las comunidades marginadas y los países de ingresos bajos y medios son los más afectados, ya que enfrentan mayores barreras para acceder a servicios de salud mental. Esta desigualdad exacerba las tensiones sociales y económicas, reforzando estructuras de exclusión que son difíciles de romper.

El informe resalta que abordar los problemas de salud mental no es solo un imperativo ético, sino también una estrategia económicamente sensata. Las intervenciones en salud mental, como el acceso ampliado a terapias y programas de prevención, han demostrado un alto retorno de inversión. Por cada dólar invertido en el tratamiento de trastornos comunes como la depresión y la ansiedad, se estima un retorno económico de hasta cuatro dólares, gracias a la mejora en la productividad y la reducción de costos asociados a la atención médica.

En resumen, los problemas de salud mental representan uno de los mayores desafíos económicos de nuestro tiempo. Ignorar esta crisis no solo perpetúa el sufrimiento humano, sino que también tiene un costo financiero insostenible para las sociedades. Reconocer la salud mental como una prioridad económica es esencial para garantizar un futuro más equitativo y próspero para todos.

Inversiones necesarias en salud mental

Abordar la crisis de salud mental requiere más que buenas intenciones: exige inversiones concretas, sostenidas y estratégicas. Actualmente, la mayoría de los sistemas de salud en el mundo destinan menos del 2% de sus presupuestos a la salud mental, una cifra que resulta completamente insuficiente frente a la magnitud del problema. El informe destaca que este subfinanciamiento no solo deja sin tratamiento a millones de personas, sino que también perpetúa las inequidades, ya que las poblaciones más vulnerables son las que enfrentan mayores barreras para acceder a servicios adecuados.

Invertir en salud mental no es un gasto, sino una inversión con un alto retorno económico y social. Las intervenciones eficaces, como las terapias psicológicas basadas en evidencia, los programas de prevención en escuelas y comunidades, y el acceso a medicamentos esenciales, pueden reducir significativamente los costos asociados al absentismo laboral, la pérdida de productividad y las hospitalizaciones. Además, estas medidas mejoran la calidad de vida de las personas, permitiéndoles participar de manera más plena en sus comunidades y economías.

Una de las áreas clave que requiere atención inmediata es la capacitación y ampliación del personal especializado en salud mental. En muchos países, la escasez de psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales capacitados limita la capacidad de los sistemas de salud para responder a la creciente demanda. Programas de formación y subsidios para atraer talento a este campo son esenciales para cerrar esta brecha.

Otro enfoque crucial es la integración de los servicios de salud mental en la atención primaria. Esto permite que las personas reciban tratamiento de manera más accesible y menos estigmatizante, ya que se normaliza el cuidado de la salud mental como parte integral del bienestar general. En lugar de depender exclusivamente de clínicas especializadas, los centros de atención primaria pueden convertirse en el primer punto de contacto, especialmente en comunidades rurales y marginadas.

Además, es fundamental invertir en programas de prevención que ataquen las causas raíz de los problemas de salud mental. Esto incluye iniciativas que promuevan entornos laborales saludables, reduzcan la discriminación y el estigma, y fomenten el acceso a espacios recreativos y verdes. Estas inversiones no solo previenen el desarrollo de trastornos mentales, sino que también fortalecen la resiliencia comunitaria.

El informe deja claro que la salud mental debe ocupar un lugar central en las prioridades de los gobiernos y organizaciones internacionales. Si bien los costos iniciales pueden parecer elevados, las evidencias demuestran que los beneficios, tanto en términos humanos como económicos, superan con creces la inversión. En última instancia, invertir en salud mental no es solo una cuestión de justicia social, sino también una estrategia indispensable para construir sociedades más equitativas y sostenibles.


 

Reflexión final: construir una sociedad justa y saludable

El camino hacia una sociedad más justa y saludable comienza con la voluntad de repensar nuestras prioridades colectivas. El modelo actual, centrado en el crecimiento económico como fin último, ha dejado a millones de personas atrapadas en ciclos de agotamiento, precariedad y malestar emocional. Sin embargo, el informe subraya que no estamos condenados a perpetuar este sistema. Con decisiones valientes y estrategias bien diseñadas, es posible construir un modelo que coloque el bienestar humano en el centro de nuestras decisiones económicas, políticas y sociales.

Una sociedad justa y saludable no es aquella que solo se mide por el crecimiento del Producto Interno Bruto o la expansión de los mercados, sino aquella que garantiza que cada individuo tenga acceso a una vida digna. Esto implica reconocer que la salud mental no es un lujo ni una responsabilidad individual, sino una prioridad colectiva que requiere atención, inversión y políticas inclusivas.

La transformación necesaria no solo pasa por cambiar las estructuras económicas y sociales, sino también por modificar la forma en que valoramos el tiempo, las relaciones y la comunidad. Necesitamos una cultura que promueva el cuidado, no solo como un acto individual, sino como un principio rector de nuestras instituciones. La dignidad humana debe estar en el centro de nuestras acciones, asegurando que nadie sea excluido ni dejado atrás.

El informe también nos invita a reflexionar sobre el papel de cada uno en este proceso. Como individuos, podemos cuestionar las narrativas que glorifican la productividad a costa del bienestar y exigir cambios estructurales que nos permitan vivir de manera más plena y equilibrada. Como sociedad, debemos abogar por políticas que no solo atiendan las consecuencias de los problemas de salud mental, sino que trabajen activamente para prevenirlos.

Construir una sociedad justa y saludable no será un proceso sencillo ni rápido, pero es un objetivo alcanzable si se priorizan las personas por encima de los indicadores económicos. En este esfuerzo, el cuidado, la equidad y la sostenibilidad deben ser los pilares que guíen nuestras decisiones colectivas. Solo así podremos superar la «economía del agotamiento» y abrir paso a una nueva era donde el bienestar y la dignidad sean el centro de todo.

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