Durante el mes de mayo nos encontramos con que varios de nuestros pacientes universitarios llegaban contando, alegremente, que se encontraban en una semana de receso, a la cual se referían como semana antisuicidio. Al interrogar esta frase, se lo tomaban con humor – “así se le dice”, “así se conoce” – como una tradición ya establecida y normalizada. Frente a esto, mi respuesta fue de asombro, perplejidad y un poquito de horror, lo cual, pude notar, generó incomodidad en cada uno de los jóvenes estudiantes.
Estas expresiones, que fueron utilizadas como intervención terapéutica, tienen precisamente el objetivo de detenerse en aquello que está siendo pasado por alto, pero que en sí mismo condensa una serie de significados, conflictos y sufrimiento. En la realidad chilena, después de la pandemia, se ha logrado ir visualizando la salud mental de los estudiantes universitarios como un aspecto que puede ser tan relevante como el rendimiento académico. En junio del 2022, el periódico La Tercera realizó un reportaje en el que se entrevistó a autoridades de distintas Instituciones de Educación Superior, las cuales han tomado la medida del receso académico a mitad de semestre para “cuidar la salud mental”, ya que “se considera como una pausa pedagógica para atender el aspecto emocional, debido al estrés y el desgaste que ha producido la pandemia”.
Si bien, este tipo de reflexiones muestran un avance, es necesario dar cuenta de que la sobrecarga académica es sólo la punta del iceberg del malestar que se evidencia en los universitarios de nuestro país. Hay innumerables factores individuales, sociales e, incluso, biológicos, que van a ir determinando cómo se afronta esta etapa de la vida y que tienen relación con la subjetividad de cada persona. ¿Qué es lo que pasa actualmente que se atribuye al éxito o fracaso en los estudios el gran poder de generar ideas o intentos de suicidio? Porque eso es lo que la palabra antisuicidio nos está indicando: nuestros estudiantes se pueden matar. Esto me hace pensar en el dicho de “matarse estudiando”, muy común de escuchar cuando alguien hace referencia a todo el esfuerzo que debe realizar para pasar una prueba o un ramo. ¿Qué es lo que muere en todo esto?.
Lo anterior nos interpela en la clínica, en el trabajo psicoterapéutico y nos lleva a la pregunta sobre cómo abordar “la muerte” o, mejor dicho, cómo detenernos a escucharla. Proponer que cinco días de vacaciones tendrán un impacto positivo en la salud mental de los estudiantes es un arma de doble filo, ya que, por un lado, crea la ilusión de que la fuente de malestar o estrés es aliviada, generando un bienestar transitorio. Pero, por otro lado, va perpetuando el silenciamiento de todo aquello que afecta socioemocionalmente a los jóvenes. Hacer alusión al suicidio separado de la emoción que esto conlleva en cada persona, contradictoriamente a lo esperado, lleva a que nuevamente sea un tema invisibilizado y evitado. Lo anterior lo propongo desde la idea de que nombrar algo y no hacerse cargo de eso puede ser tan dañino como no hablar de eso; este tipo de medidas termina siendo una observación pasiva de una realidad que ha ocurrido, sigue ocurriendo y esperamos que se detenga. ¿Cómo tomar, entonces, una posición activa?
Frente a esto, los psicólogos, profesionales de salud mental y, ¿por qué no?, los trabajadores de la educación, tenemos el deber ético y técnico de ser interlocutores activos del malestar y, en este caso, de la aparición de la muerte como una posibilidad de alivio ante el sufrimiento en nuestros pacientes. Es fundamental detenerse, escuchar y profundizar, de tal manera de ir encontrando en conjunto nuevas formas de saber hacer con aquello que se hace insoportable en la vida. Si bien, estamos advertidos de la dificultad que implica abordar esta temática, dado que toca los fantasmas y tabúes que existen en cada uno de nosotros respecto a la muerte, la invitación es a que desde la pausa que permiten
estos recesos académicos, se pueda pasar a la escucha activa a través de espacios de acompañamiento psicológico o psicoterapia; como una forma en que la educación y la psicología puedan remar juntas hacia el bienestar en salud mental.
Para finalizar, volviendo a la frase “matarse estudiando”, creo que una de las cosas que mueren es, precisamente, la emoción. Todo aquello que interfiera con el rendimiento académico debe morir, ya que se presenta como un obstáculo para alcanzar el ideal social de ser “profesionales de excelencia”, lo cual se mide a través de la constancia y la mejora exponencial en el desempeño en las evaluaciones; sin margen de error. La excelencia se plantea como la misión de muchas universidades, es lo que le prometen a sus estudiantes y a sus padres; formando el imaginario de un futuro exitoso y pleno. Sin embargo, la necesidad de una semana antisuicidio da cuenta de que no es suficiente formar profesionales exitosos en lo académico, no puede seguir siendo el eje. También, es fundamental acompañar el crecimiento integral y subjetivo, ya que, solo potenciando la singularidad de cada persona, lograremos formar seres humanos de excelencia.