El Trastorno del Espectro Autista (TEA), o Condición del Espectro Autista (CEA), como ha comenzado a ser denominado actualmente, es un trastorno del neurodesarrollo de base neurobiológica que afecta tres grandes áreas: comunicación, interacción social y comportamiento. Se caracteriza, según Cabrera (2007), por alteraciones en el desarrollo del lenguaje, tanto verbal como no verbal, y la socialización, junto a la presencia de conductas repetitivas. Además, Ruggieri (2024), sostiene que el autismo también se caracteriza por intereses restringidos y conductas estereotipadas.
Ahora bien, existe una amplia variabilidad en la forma en que el autismo se manifiesta en las personas, siendo único para cada individuo, razón por la cual se le llama “espectro”.
Este espectro no es lineal; a modo de ejemplo, podría graficarse de la siguiente manera:
En este sentido, es importante mencionar que, si bien no es correcto calificar a las personas como “más” o “menos” autistas, algunas personas con autismo sí pueden requerir más apoyos que otras con la misma condición. Algunas pueden vivir de manera independiente, mientras que otras necesitan constante atención y ayuda durante toda su vida, según la OMS (2023).
Esta diversidad dentro del espectro autista ha llevado a que actualmente se considere más bien una “condición” que un trastorno, ya que la última podría percibirse como estigmatizante. En cambio, el término “condición” reconoce que el autismo es una forma legítima de ser que conlleva sus propios desafíos, pero también sus propias fortalezas; siendo más bien una forma distinta de percibir el mundo. El enfoque en la neurodiversidad ha conducido a un cambio en la forma de percibir el autismo, considerándose como una variante de la diversidad humana. Esta perspectiva busca promover la aceptación e inclusión de las personas con autismo.
Ahora, si bien es posible afirmar que actualmente el autismo es conocido por la mayor parte de la población (al menos a grandes rasgos), poco se sabe sobre cómo se manifiesta en la población femenina específicamente.
Ahora que entendemos más sobre qué es el autismo, a continuación, se mencionarán algunas de las características que las personas dentro del espectro autista presentan. Es importante destacar que, como todos los individuos son distintos, estas características, pueden o no presentarse, y de presentarse, puede ser con mayor o menor intensidad dependiendo de la persona. Además, son más comunes dentro de la población femenina.
A grandes rasgos, es probable que mujeres autistas requieran apoyo visual, tengan dificultad para iniciar una conversación y sostenerla, así como también, dificultad para regular sus emociones. Específicamente en la infancia, es común que las niñas prefieran jugar solas con sus propias reglas, o bien, dirigir los juegos que involucran a otros. Por otro lado, hay que estar atentos al período de la adolescencia, pues podría aparecer alguna forma de autolesión, trastornos del sueño y/o trastornos de la conducta alimentaria. Finalmente, las mujeres adultas con autismo podrían privilegiar la forma cómoda de vestir (debido a una baja tolerancia a la textura de ciertas prendas y/o dificultades en la elección), tener un estilo más definido y utilizarlo a diario, tener un aspecto más juvenil y una voz más suave, tener un aspecto más camaleónico que imite a otras personas y/o presentar desafíos en la organización.
Ruggieri (2024) sugiere que existe una alta prevalencia y claro predominio del Trastorno del Espectro Autista en la población masculina. Por su parte, Montagut et al. (2018), mencionan, que ciertos autores han postulado, que esta elevada proporción de hombres frente a mujeres en el espectro podría explicarse por un sesgo hacia un estereotipo masculino del autismo que provocaría que algunas niñas/mujeres puedan pasar desapercibidas en el diagnóstico.
Pero, ¿a qué se debe este fenómeno? ¿Son pocas las mujeres autistas?
Mi postura es que no son pocas las mujeres autistas, sino más bien, son pocas las que logran ser diagnosticadas, existiendo casos en que, además de recibir el diagnóstico de forma más tardía, otras no logran ser siquiera diagnosticadas (Montagut et al., 2018).
En base a esto, es menester abordar algunas de las posibles razones de la discrepancia en el diagnóstico entre hombres y mujeres, que, en mi opinión, sustentada tanto por mis estudios como por mi propia experiencia como psicóloga que ha trabajado con infancia y neurodiversidad, están ligadas a los sesgos de género en la evaluación y diagnóstico, así como la falta de una evaluación diferenciada y especializada para la población femenina, sumado a las diferencias en cómo se manifiesta el autismo en mujeres en comparación con hombres. Respecto a esto último, la evidencia apunta a que las niñas/adolescentes/mujeres, por lo general, tienden a mostrar patrones de comportamiento más sutiles y diferentes que pueden ser malinterpretados, o bien, derechamente pasar desapercibidos.
Las personas con autismo muchas veces utilizan técnicas como el llamado camuflaje, mejor conocido como “masking” o enmascaramiento, producto de su necesidad de “encajar”. En psicología, el término masking hace referencia a «camuflarse», esto significa ponerse una máscara neurotípica, adaptando la conducta a lo socialmente esperado, y es precisamente esta conducta la que se identifica con más frecuencia e intensidad en mujeres adultas autistas, tal como afirma Ruggieri (2024); dificultando aún más su identificación.
La sociedad juega un rol determinante en cómo las mujeres nos vemos, de cierta forma, “obligadas” a actuar de determinada forma a lo largo de nuestro ciclo vital, y esto no es distinto para quienes se encuentran dentro del espectro autista. Existen expectativas sociales y estereotipos de género que pueden influir en cómo se perciben y diagnostican comportamientos atípicos en mujeres y hombres.
A modo de conclusión, es posible aseverar que la discrepancia en los diagnósticos de autismo entre hombres y mujeres puede deberse a una combinación de diversos factores, entre los cuales se encuentran las diferencias en la presentación de síntomas, sesgos en los criterios diagnósticos, diferencias en la búsqueda de ayuda, capacidades de enmascaramiento, sumado al papel que cumplen también las expectativas sociales.
Es relevante también hacer hincapié en que, si existe sospecha de autismo, es necesario consultar con un neurólogo, quien es el profesional autorizado para confirmar o descartar el diagnóstico. Además, se sugiere poder aplicar la evaluación ADOS-II, la cual nos brindará información descriptiva respecto de comportamientos que podrían indicar la presencia de un posible autismo. Esta evaluación debe ser realizada por un profesional certificado en ADOS-II.
Me gustaría finalizar mi nota crítica destacando la importancia de aumentar la conciencia y comprensión sobre el autismo en la población femenina, así también como la necesidad de que los métodos de diagnóstico sean más específicos y precisos para evitar los estereotipos de género en la evaluación. De esta forma, se podrá garantizar que todas personas dentro del espectro autista, independientemente de su género, reciban los apoyos necesarios que merecen.