Trastorno adaptativo en medio de la vida académica
Un tema cada vez más frecuente en los espacios de salud mental universitaria es lo difícil que puede ser adaptarse a los primeros meses de universidad. Pasas de ser un estudiante con una rutina estructurada –uniforme, horarios fijos, profesores vigilantes– a tener que tomar todas las decisiones por tu cuenta. Escoger tu ropa, manejar tus tiempos, hacerte responsable de tus evaluaciones, tu alimentación, tu sueño. Y si además te tocó mudarte a otra región, convivir con extraños o incluso vivir solo, la independencia no es solo académica: se vuelve total.
Todo este cambio puede generar confusión, miedo y mucha presión. Aparecen preguntas como: ¿Lo lograré? ¿Y si no paso todos los ramos? ¿Me voy a atrasar? ¿Qué pensarán los demás si fracaso? Y junto a esas inseguridades, surgen también las exigencias sociales: seguir el ritmo de los compañeros, demostrar que eres capaz, que estás a la altura, que valió la pena el esfuerzo familiar y económico de estudiar una carrera.
Es en este contexto que muchos jóvenes viven lo que en psicología llamamos un trastorno adaptativo, una respuesta emocional o conductual intensa y desbordada frente a un cambio importante o evento estresante.
¿Qué es exactamente un trastorno adaptativo?
El trastorno adaptativo se presenta cuando una persona tiene dificultades para adaptarse a un cambio importante en su vida, y como resultado, aparece un malestar emocional significativo. Este malestar puede manifestarse como ansiedad, tristeza, irritabilidad, dificultad para concentrarse, insomnio, o incluso síntomas físicos como fatiga constante o dolores de cabeza sin causa médica.
Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5-TR), los síntomas deben comenzar dentro de los tres meses posteriores al evento estresante y ser más intensos de lo que se consideraría esperable según el contexto cultural y personal de la persona.
¿Y por qué ahora parece más común?
En los últimos años, las cifras han hablado fuerte. Un estudio de la Universidad de Chile (2023) encontró que hasta un 50% de los estudiantes universitarios de primer año presentan síntomas de ansiedad y depresión. Y en una revisión internacional de 1714 estudios, se determinó que el 35% de los estudiantes tiene síntomas leves de depresión, y un 40% síntomas de ansiedad.
Esto no significa que todos tengan un trastorno adaptativo diagnosticable, pero sí que muchos están lidiando con una carga emocional muy intensa al comenzar esta nueva etapa.
¿Cómo saber si lo que estás viviendo es algo más que estrés normal?
No se trata de patologizar la vida universitaria ni decir que sentir ansiedad o tristeza es automáticamente algo clínico. Pero sí es clave prestar atención cuando ese malestar:
- Dura varias semanas o meses sin mejorar.
- Interfiere con tus estudios, tus relaciones o tu día a día.
- Te hace sentir que estás desbordado, sin herramientas para seguir.
- Te hace pensar en rendirte, en abandonar todo, en que “no sirves para esto”.
No es recomendable autodiagnosticarse, pero sí lo es preguntarse: ¿Cuánto me está afectando esto? Y si la respuesta es “mucho”, entonces es momento de buscar apoyo profesional. Porque sí, esto tiene tratamiento, y un trastorno adaptativo bien abordado puede durar menos de seis meses y no dejar secuelas. El problema es cuando se ignora, se minimiza o se enfrenta en soledad.
Acompañar el proceso, no solo “sobrevivir”.
La universidad no tiene que ser una tortura, ni una carrera de obstáculos a superar en silencio. El objetivo no es solo cumplir con las metas académicas, sino también disfrutar del proceso de aprendizaje, construir relaciones significativas, y formarte como persona.
Por eso, la psicología se vuelve una herramienta de acompañamiento, de contención y de guía. No se trata de “arreglarte” porque estés mal, sino de ayudarte a desarrollar habilidades que te permitan vivir esta etapa con mayor bienestar y autenticidad.
Si estás leyendo esto y te sentiste identificada con esto, quiero decirte que no estás solo-a. Muchos estudiantes sienten lo mismo y lo enfrentan cada día. Lo importante es reconocerlo, hablarlo, y pedir ayuda cuando lo necesites. Porque pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de valentía.