“No hay maternidad sin ambivalencia.”
— D. W. Winnicott
Durante gran parte del siglo XX, la figura materna fue asociada al sacrificio. La “buena madre” era la que se postergaba por completo, la que vivía para sus hijos, la que no se cansaba, no se enojaba y, por supuesto, no se quejaba. Sin embargo, en las últimas décadas, ese ideal se transformó… aunque no necesariamente para alivianar la carga.
Hoy muchas madres no solo se enfrentan a la presión de cuidar, contener, estimular, alimentar y criar con amor, sino que además deben ser independientes, exitosas profesionalmente, mantener la pareja viva, hacer ejercicio, leer, meditar y disfrutar de cada momento, sin perder nunca la sonrisa. Así pasamos —casi sin darnos cuenta— de la “madre sacrificada” a la madre perfecta: una mujer que no necesita a nadie, que puede con todo, y que si no puede… es porque “algo está haciendo mal”.
La maternidad neoliberal: libertad con culpa incluida
La maternidad contemporánea está atravesada por discursos culturales que, bajo la apariencia de empoderamiento, muchas veces esconden nuevas formas de opresión. Ya no se trata de que alguien te diga cómo debes ser madre; ahora lo haces tú misma, comparándote constantemente con modelos inalcanzables: la madre fit, la madre emprendedora, la madre que cría con apego, pero que también se cuida, que trabaja sin descuidar a los hijos, que está presente pero sin perderse de sí misma.
La promesa de libertad vino acompañada de un nuevo mandato: “hazlo todo, hazlo bien y sin quejarte”. Y esa es una receta perfecta para la culpa, el agotamiento y la desconexión emocional.
La ambivalencia como parte del amor
Donald Winnicott, pediatra y psicoanalista británico, nos dejó una frase fundamental: “no hay maternidad sin ambivalencia”. Esta idea rompe con la imagen idealizada de la madre siempre amorosa y disponible, y nos invita a aceptar que una madre puede amar profundamente a sus hijos… y al mismo tiempo sentirse cansada, enojada, frustrada o desbordada.
La ambivalencia no es señal de fracaso. Es señal de humanidad. Reconocerla es un acto de salud mental y, también, de reparación cultural.
¿Qué es entonces ser madre hoy?
Quizás ser madre hoy sea justamente transitar la tensión entre lo que se espera y lo que se puede, entre lo que se quiere y lo que a veces no se soporta. Es intentar criar con amor en un contexto que no siempre acompaña. Es lidiar con exigencias internas y externas, mientras se busca sostener la subjetividad propia y la de los hijos.
Ser madre hoy también puede ser reivindicar la necesidad de ayuda, de red, de descanso, de espacios propios. Porque ninguna maternidad puede sostenerse en soledad, y ninguna madre debería sentirse menos por necesitar apoyo.
Conclusión: soltar el ideal, abrazar lo posible
No hay una sola forma de maternar, ni una fórmula perfecta. Cada vínculo se construye en la singularidad, con aciertos y errores, con amor y contradicciones. Quizás el mayor acto de amor de una madre hoy sea darse permiso para no ser perfecta, y aún así seguir estando. Como pueda. Con humanidad. Con límites. Con presencia emocional.
Porque al final del día, como también decía Winnicott, los hijos no necesitan madres perfectas, sino madres suficientemente buenas.