¿Te ha pasado que, aunque sabes que tienes una entrega importante, simplemente no puedes empezar? Pasan las horas, luego los días, y la presión crece hasta convertirse en una bola de nieve difícil de parar. Lo más curioso: sabes que te está afectando, pero no puedes evitarlo. Este fenómeno, que se conoce como procrastinación, está íntimamente ligado al estrés académico y universitario, y es mucho más común (y profundo) de lo que creemos.
¿Qué es el estrés académico y universitario?
El estrés académico se define como la respuesta física y emocional que experimentan los estudiantes frente a las demandas del entorno educativo: exámenes, trabajos, presión por notas, carga económica, falta de sueño, etc. Este tipo de estrés puede ser puntual o crónico, y afecta no solo el rendimiento, sino también la salud mental de quien lo padece.
Un reciente estudio realizado en Ecuador (Serrano Garcés et al., 2025) analizó a 688 estudiantes universitarios y encontró que más del 50% presentaban niveles altos de estrés académico, y que este se relaciona directamente con la procrastinación. Pero hay más detrás de esta cifra.
Procrastinar no es solo «flojera»
Desde una mirada clínica más profunda —basada en enfoques como la psicología relacional, la mentalización y la terapia narrativa— la procrastinación no se explica simplemente por falta de organización o disciplina. En realidad, puede ser una respuesta emocional compleja ante el miedo al fracaso, la autoexigencia excesiva o una percepción negativa de uno mismo.
Cuando una persona pospone tareas importantes, muchas veces está intentando evitar emociones dolorosas: ansiedad, vergüenza, angustia, sensación de no ser suficiente. Este comportamiento se convierte en una defensa psíquica, y en el entorno universitario, es especialmente frecuente porque las exigencias externas (notas, tiempo, resultados) se combinan con demandas internas muy críticas, muchas veces aprendidas en la infancia o reforzadas por el sistema educativo.
El círculo vicioso del estrés académico y universitario
Procrastinar genera culpa. Esa culpa eleva el estrés. Y el estrés, a su vez, hace que evitar la tarea sea todavía más atractivo. Así se forma un ciclo vicioso muy difícil de romper.
Lo más preocupante es que este ciclo afecta funciones clave como:
- La capacidad de concentración
- El sueño reparador
- El estado de ánimo
- La autoimagen
- Las relaciones sociales
Si no se aborda a tiempo, puede derivar en cuadros de ansiedad o depresión, síntomas que lamentablemente están aumentando en la población universitaria de Latinoamérica (OMS, 2023).
¿Cómo abordar el estrés académico desde una perspectiva integral?
En lugar de centrarnos solo en técnicas de estudio o “tips para dejar de procrastinar”, es fundamental mirar más allá del síntoma. Aquí te proponemos una mirada diferente y más compasiva:
1. Mentalizar las emociones
Aprender a identificar qué emoción hay detrás del bloqueo. ¿Es miedo? ¿Vergüenza? ¿Cansancio? Esto nos ayuda a recuperar la capacidad de reflexión y acción, incluso en medio del caos universitario.
2. Reescribir la narrativa del «mal estudiante»
Muchas veces los adolescentes y jóvenes se definen a sí mismos como «desorganizados», «inútiles» o «vagos». Estas etiquetas son injustas y limitantes. En terapia narrativa trabajamos para rescatar historias olvidadas de éxito, resiliencia y sentido.
3. Reconocer las condiciones sistémicas
No todo es responsabilidad del estudiante. El sistema universitario muchas veces promueve la hiperproductividad, el individualismo y la competencia. El estrés académico y universitario no es solo personal, también es institucional. Por eso es clave que las universidades promuevan espacios de escucha, acompañamiento emocional y desarrollo humano.
4. Fortalecer la autoeficacia y la regulación emocional
Estudiantes que confían en su capacidad para superar desafíos y que manejan mejor sus emociones tienden a procrastinar menos y estresarse menos. Pero esto no se aprende solo: se entrena. Por eso los programas de acompañamiento psicológico, talleres de mentalización y grupos terapéuticos son tan valiosos.
Conclusión: Menos juicio, más comprensión
El estrés académico y universitario no se supera a punta de agendas ni apps de productividad. Necesitamos una mirada más humana y profunda, que considere la historia, los vínculos, los contextos y los significados que los jóvenes construyen en torno a su desempeño.
Si te has sentido atrapado en este ciclo, no estás solo. Pedir ayuda no es señal de debilidad, sino de valentía. Y si formas parte de una institución, considera cómo puedes promover ambientes donde el bienestar esté al centro, y no solo el rendimiento.