EL ABURRIMIENTO: UNA EMOCIÓN UNIVERSAL, COMPLEJA Y TRANSFORMADORA
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- 23 de enero de 2025
- Subjetivamente
Coger un libro y dejarlo tras unas páginas. Bostezar. Mirar al horizonte, esperando algo que nunca llega. Deambular por las habitaciones como si alguna de ellas pudiera ofrecer una salida mágica. El aburrimiento, esa emoción testaruda, es una mezcla inquietante de sentirse atrapado, inerte, desinteresado, con una vaga, pero constante, sensación de que algo debería cambiar… aunque no sepamos exactamente qué.
Históricamente, el aburrimiento ha sido entendido de distintas maneras. Aunque el término boredom aparece por primera vez en inglés en 1853, la sensación que describe ha existido siempre. En la Roma clásica, Plinio atribuía el envenenamiento de algunos ciudadanos a su «tediosa vida». Durante el Renacimiento, el tedio se asociaba con fatiga y asco, como lo describen registros del siglo XV. De hecho, la palabra acedia, que los monjes medievales utilizaban para referirse a la pereza espiritual y la incapacidad de sentir propósito, comparte muchos puntos en común con lo que hoy entendemos como aburrimiento.
EL ABURRIMIENTO COMO INVENTO VICTORIANO
El aburrimiento moderno, sin embargo, es un producto del cambio en nuestra relación con el tiempo. Antes de la Revolución Industrial, las sociedades preindustriales no separaban claramente el trabajo, el ocio y las tareas domésticas: la vida fluía sin grandes distinciones. Sin embargo, la aparición de las fábricas y oficinas a finales del siglo XVIII estructuró el día en bloques. Se introdujo el concepto de “tiempo libre”, pero este, en lugar de ser un refugio de satisfacción, comenzó a ser problemático para quienes no sabían cómo emplearlo.
El ocio se convirtió, especialmente entre las clases medias, en un espacio para recrearse y mejorar. Surgió una industria del entretenimiento que incluía circos, conferencias científicas populares y espectáculos teatrales. Además, nacieron las primeras formas de turismo burgués, donde se buscaba experimentar algo nuevo. En este contexto, no tener nada que hacer o sentirse incapaz de interesarse por algo era percibido como un fallo personal, un signo de ineptitud. Médicos y políticos de la época advertían que el aburrimiento traía consecuencias negativas, desde el abuso del alcohol hasta comportamientos inmorales. Se discutía incluso su impacto en la salud mental y física: exceso de sueño, masturbación, melancolía.
Charles Dickens, en Casa Desolada (1853), introduce una de las primeras descripciones literarias del aburrimiento. Lady Dedlock, separada de su verdadero amor y atrapada en un matrimonio distante, se siente “muerta de aburrimiento”. Dickens lo describe como una “enfermedad crónica” de la vida moderna. Más adelante, George Eliot, en Daniel Deronda, destaca los efectos tóxicos del aburrimiento en las mujeres: educadas para ser bellas y sumisas, podían volverse “altamente venenosas” cuando el tedio las consumía.
SIGLO XXI: TECNOLOGÍA Y NUEVAS FORMAS DE ABURRIMIENTO
Podríamos pensar que, con las distracciones constantes que ofrecen las tecnologías actuales, el aburrimiento sería cosa del pasado. Sin embargo, hemos cambiado un vacío por otro. La saturación de estímulos digitales, que incluye redes sociales, notificaciones y entretenimiento constante, no elimina el aburrimiento, sino que lo transforma. Lo enmascara bajo una hiperactividad que, lejos de satisfacernos, nos deja con una sensación de insatisfacción profunda.
Además, el aburrimiento ha sido medicalizado en términos del siglo XXI. Por ejemplo, el controvertido diagnóstico de trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) señala que quienes lo padecen tienen mayores dificultades para mantener el interés y enfrentan niveles bajos de dopamina, lo que los hace más propensos al aburrimiento. Aquellos que puntúan alto en la Boredom Proneness Scale (Escala de Propensión al Aburrimiento) tienden a tener un mayor riesgo de abuso de sustancias, obesidad e incluso accidentes de tráfico, debido a su dificultad para mantenerse atentos.
EL ABURRIMIENTO COMO MOTOR DE CAMBIO
Aunque a menudo es percibido como algo negativo, el aburrimiento también puede ser un catalizador de transformación. Históricamente, muchas figuras creativas han encontrado en el tedio el impulso para imaginar y crear. Grayson Perry, artista británico, describe el aburrimiento como un “estado de ánimo altamente creativo”. De forma similar, Ralph Linton, antropólogo del siglo XX, argumentaba que la capacidad de aburrirse es clave para el avance cultural humano, más que cualquier necesidad social o natural.
Esta perspectiva nos invita a reconsiderar nuestra relación con el aburrimiento. Tal vez no deberíamos llenar nuestras vidas –y las de nuestros hijos– con un sinfín de actividades para evitar esta emoción. En lugar de temerle, podríamos permitirnos experimentarla. Momentos de aburrimiento profundo pueden dar lugar a ensoñaciones, fantasías e incluso al descubrimiento de nuevos intereses. Es una invitación a pausar, desconectar y dejar que la mente divague.
CONCLUSIÓN: UNA EMOCIÓN A REIVINDICAR
El aburrimiento, lejos de ser una mera molestia, es una emoción compleja y multifacética. Tiene raíces históricas, impactos modernos y un potencial transformador. En un mundo que valora la productividad y la conexión constante, permitirnos aburrirnos puede ser un acto de resistencia y un camino hacia la creatividad. Como decía Meera Syal, “el aburrimiento de mi infancia me dio una imaginación interminable”. Quizá sea hora de recordar que, a veces, lo más valioso nace del vacío.
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