El cuerpo no miente.
El impacto del cambio de horario en nuestra salud mental.

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Este sábado, como cada primavera en Chile, adelantamos los relojes una hora para dar inicio al horario de verano. Lo que a nivel técnico es una medida para aprovechar mejor la luz solar, a nivel humano puede tener un impacto mucho más profundo. Muchas personas reportan alteraciones en el sueño, cansancio persistente, irritabilidad e incluso una sensación difusa de tristeza o desorientación. Pero, ¿cómo puede afectar tanto una sola hora de diferencia? ¿Por qué un pequeño cambio temporal puede desestabilizarnos emocionalmente?

Este artículo explora cómo el cambio de horario incide en nuestra salud mental desde distintas dimensiones: biológica, subjetiva, relacional y cultural. Además, propone formas de abordarlo sin agravar el malestar ni convertirlo en un problema mayor.

El reloj biológico no se adelanta tan fácil

Nuestro cuerpo funciona siguiendo ritmos circadianos: ciclos internos de aproximadamente 24 horas, sincronizados principalmente por la exposición a la luz solar. Estos ritmos regulan funciones esenciales como el sueño, el apetito, la temperatura corporal y la secreción de hormonas como la melatonina y el cortisol. Cuando adelantamos el reloj una hora, lo que en realidad hacemos es forzar al cuerpo a adaptarse artificialmente a un nuevo ritmo que no corresponde al ambiente natural.

El resultado no es inmediato, y suele generar una especie de “jet lag social”: una desconexión entre el horario impuesto y el reloj interno. Este desfase puede generar insomnio, somnolencia diurna, dificultad para concentrarse y alteraciones en el ánimo. Algunas personas pueden experimentar un incremento en síntomas ansiosos o depresivos, especialmente si ya presentaban alguna vulnerabilidad previa en su salud mental.

El tiempo como experiencia emocional

Más allá del cuerpo, el tiempo también es una experiencia afectiva. El cambio de hora puede vivirse como una ruptura en la continuidad emocional y psíquica. De un día para otro, se altera el orden interno que nos organizaba: lo que ayer funcionaba, hoy se siente raro; lo que solía ser automático, ahora cuesta más.

Este tipo de pequeñas rupturas puede reactivar, inconscientemente, otras experiencias de desorganización: cambios abruptos, pérdidas, duelos o momentos de incertidumbre. Es decir, el malestar que aparece no siempre se debe solo al sueño perdido, sino a cómo interpretamos o sentimos la pérdida del ritmo propio. Por eso, es importante que como sociedad dejemos de tratar estas reacciones como simples «detalles fisiológicos», y empecemos a validarlas como formas legítimas de malestar.

El impacto en los vínculos y lo cotidiano

Cuando una persona se desregula emocional o corporalmente, eso afecta su forma de vincularse con los demás. En contextos laborales, familiares o de pareja, pueden aparecer fricciones: baja energía, cambios de humor, dificultad para estar disponible emocionalmente. El entorno muchas veces no comprende lo que ocurre y puede reaccionar con irritación o exigencia: “¿Por qué estás tan apagado hoy?”, “¿te pasó algo?”, “no puedes estar tan cansado solo por una hora”.

Estas respuestas, aunque comunes, suelen invalidar la experiencia del otro. Y en lugar de ayudar, aumentan el malestar. En términos clínicos, hablamos aquí de una falta de mentalización relacional: no se reconoce que la otra persona puede estar desfasada en su ritmo sin que eso sea personal o patológico. El cambio de hora puede poner en tensión los sistemas vinculares, especialmente si hay poco espacio para el descanso, la adaptación y la empatía.

La cultura del rendimiento y la culpa de no adaptarse

Vivimos en una cultura profundamente marcada por la productividad. En Chile, como en muchos países latinoamericanos, el tiempo se ha convertido en un recurso que hay que optimizar, no habitar. En este contexto, sentirse lento, desconectado o cansado por el cambio de horario no solo genera malestar físico, sino también culpa: “debería estar bien”, “no es para tanto”, “tengo que rendir igual”.

Este tipo de autoexigencias son muy comunes en consulta clínica. Las personas no solo están cansadas, sino además se culpan por estarlo. Desde la psicología narrativa sabemos que la forma en que contamos lo que nos pasa puede aliviar o intensificar el sufrimiento. Si nos narramos como personas “débiles” por sentirnos afectados, probablemente el malestar se cronifique. En cambio, si reconocemos que lo que sentimos tiene sentido, el síntoma se vuelve más tolerable.

¿Qué podemos hacer para cuidar nuestra salud mental en estos días?

La clave no es resistir el cambio, sino acompañarlo sin exigirnos adaptación inmediata. Aquí algunas estrategias que pueden ser útiles, tanto en la vida cotidiana como en espacios clínicos:

  • Normalizar lo que sentimos: no estás exagerando, tu cuerpo realmente está reajustándose. Sentir más cansancio o alteraciones en el ánimo es esperable.
  • Bajar el nivel de exigencia interna: no es el mejor momento para hacer cambios radicales, rendir al máximo o sobrecargarse de tareas.
  • Ajustar rutinas progresivamente: exponerse a luz natural temprano, reducir pantallas en la noche, y mantener horarios de sueño lo más estables posible puede ayudar a reestablecer el ritmo circadiano.
  • Hablar del tema en tus vínculos: compartir cómo te sientes y escuchar cómo lo viven otros puede generar conexión y validación mutua.
  • Darse un margen emocional: aceptar que durante algunos días puedes estar más sensible, más irritable o más introspectivo. Eso no es un retroceso, es una señal de que estás sintiendo.

Un cierre necesario

El tiempo no solo se mide, también se vive. Y cuando se altera, aunque sea por una hora, el cuerpo y la mente lo notan. En vez de luchar contra esa sensación o culparnos por no adaptarnos rápido, podemos aprovechar estos días para reconectarnos con el ritmo interno, observar cómo nos afecta el entorno y practicar formas más humanas de habitar el tiempo.

Quizás el problema no está en nosotros, sino en una cultura que nos exige movernos al ritmo del reloj, pero no nos enseña a escuchar lo que el cuerpo necesita cuando el tiempo cambia.

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