A partir del informe del CRUCH: “Bienestar Universitario: Claves para la Convivencia y la Salud Mental”
Introducción: un problema urgente y estructural
La salud mental se ha transformado en una de las principales preocupaciones de las comunidades universitarias chilenas. No se trata de un fenómeno aislado ni individual, sino de una problemática que atraviesa lo educativo, lo social, lo cultural y lo político. Las universidades, lejos de ser espacios protegidos, reflejan y amplifican muchas de las tensiones propias del Chile contemporáneo. En este escenario, las emociones, el sufrimiento psíquico y las relaciones humanas se ven profundamente afectadas por condiciones estructurales como la precarización, la desigualdad, la discriminación y la sobrecarga vital. La formación universitaria ya no garantiza movilidad social ni estabilidad futura, lo que genera incertidumbre, frustración y malestar generalizado en quienes transitan por estas instituciones.
Dimensión epidemiológica: cifras que preocupan
Según los antecedentes sistematizados en el informe del Consejo de Rectoras y Rectores de las Universidades Chilenas (CRUCH), publicado en marzo de 2025, al menos un tercio de los estudiantes universitarios en Chile presentará algún trastorno de salud mental a lo largo de su vida académica. Los más frecuentes son los trastornos ansiosos, depresivos y por consumo de sustancias. Estos datos coinciden con estudios internacionales que advierten un deterioro sostenido en la salud mental juvenil desde inicios de la década de 2010. En Chile, el suicidio se mantiene como la primera causa de muerte entre personas de 15 a 24 años, mientras que el consumo de alcohol y marihuana sigue siendo alarmantemente alto, especialmente entre quienes intentan sostener rutinas de estudio y trabajo simultáneamente.
El impacto de la pandemia y la precariedad subjetiva
La pandemia por COVID-19 exacerbó un malestar que ya venía en aumento. Las cuarentenas, la virtualización de los vínculos y la interrupción de las experiencias colectivas afectaron de manera crítica la salud mental de estudiantes y académicos. En el período post-pandémico, se observó un incremento en las consultas psicológicas, los síntomas de estrés crónico y los episodios de crisis emocional. El retorno a la presencialidad no significó un alivio inmediato. Por el contrario, trajo consigo nuevas tensiones, tales como la desconexión social, la baja participación estudiantil y el debilitamiento del sentido de pertenencia.
Respuestas institucionales: avances, límites y desafíos
Si bien muchas universidades han realizado esfuerzos significativos para atender esta problemática, las respuestas siguen siendo desiguales, fragmentadas y en muchos casos insuficientes. Según el informe del CRUCH, la capacidad institucional para abordar la salud mental de manera integral —es decir, desde la promoción, la prevención y la intervención oportuna— todavía presenta importantes brechas. Algunas universidades cuentan con unidades especializadas, protocolos de acción y equipos multidisciplinarios. Sin embargo, la gran mayoría se ve sobrepasada por la demanda, especialmente en casos de crisis o riesgo suicida. La articulación con el sistema público de salud es débil, y la escasez de profesionales especializados es una limitante común.
Seis nudos críticos que obstaculizan el bienestar
El informe identifica seis grandes obstáculos que dificultan una respuesta efectiva a la crisis de salud mental en el ámbito universitario. En primer lugar, existe una escasa articulación entre los marcos regulatorios, lo que genera superposiciones y vacíos normativos. En segundo lugar, las trayectorias académicas siguen siendo rígidas y poco sensibles a la diversidad del estudiantado. En tercer lugar, la gestión del conflicto al interior de las comunidades es reactiva y no preventiva, lo que afecta la convivencia. Cuarto, la participación estudiantil ha disminuido, lo que debilita las redes de apoyo horizontal. Quinto, la alta demanda de atención psicológica excede las capacidades institucionales. Y, finalmente, la falta de evidencia sobre la eficacia de las intervenciones impide una mejora continua de las políticas implementadas.
Modelos teóricos: hacia una salud mental relacional y comunitaria
Frente a este escenario, el informe propone avanzar hacia un modelo integral, comunitario y basado en derechos. Se destacan especialmente dos enfoques. El primero es el Modelo de Salud Mental de Corey Keyes, que distingue entre tres estados: el florecimiento (bienestar emocional, psicológico y social), el languidecimiento (ausencia de bienestar sin llegar a la patología) y el trastorno clínico. Esta mirada permite ampliar la comprensión del malestar más allá del diagnóstico psiquiátrico, reconociendo formas de sufrimiento subjetivo muchas veces invisibilizadas. El segundo es el Modelo Multinivel de Salud Mental, desarrollado por el Núcleo Milenio Imhay, que propone cinco niveles de intervención: promoción del bienestar, prevención selectiva, detección temprana, intervención específica y derivación a servicios especializados. Este enfoque destaca por su capacidad de adaptación a distintos contextos institucionales y por su énfasis en la articulación entre actores.
Subjetividades universitarias: entre el autodiagnóstico y la soledad
Un fenómeno emergente que preocupa especialmente es la creciente tendencia al autodiagnóstico por parte de estudiantes, quienes, a través de redes sociales como TikTok o Instagram, utilizan etiquetas como “ansioso”, “TDAH”, “depresivo” o “bipolar” para explicar su malestar. Si bien esta práctica puede funcionar como una vía de validación emocional, también encierra el riesgo de reducir la complejidad subjetiva a categorías cerradas y medicalizantes. En muchos casos, estas identificaciones dificultan la búsqueda de ayuda profesional o la posibilidad de narrar la experiencia con otros lenguajes. El informe sugiere que las universidades deben asumir un rol pedagógico en la alfabetización emocional, promoviendo una comprensión crítica de la salud mental que no patologice la diferencia ni ignore el contexto vital del estudiantado.
Intervenciones necesarias: más que atención clínica
Las acciones efectivas deben ir más allá de los servicios clínicos. Se requiere una transformación cultural que integre la salud mental en todos los niveles del quehacer universitario. Algunas de las estrategias con mayor evidencia incluyen la capacitación de pares en primeros auxilios psicológicos, la formación de referentes comunitarios para la prevención del suicidio, las intervenciones psicoeducativas estructuradas, los programas de tutoría entre estudiantes, el uso de plataformas digitales de apoyo emocional, y la incorporación de contenidos de bienestar en el currículo. Asimismo, es fundamental crear espacios seguros, horizontales y afectivos que favorezcan el sentido de pertenencia y el cuidado mutuo.
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Convivencia y educación emocional como ejes estructurales
El bienestar subjetivo no puede ser pensado de forma separada de la convivencia. Las relaciones humanas que se tejen en el espacio universitario —entre estudiantes, docentes, funcionarios y autoridades— son determinantes para la salud mental. Por eso, el informe propone entender la convivencia como una práctica ética y política, que se construye en lo cotidiano y que requiere condiciones materiales, institucionales y afectivas para sostenerse. No basta con la coexistencia: se necesita reconocimiento, cuidado, reciprocidad y diálogo.
Conclusión: la universidad como comunidad que cuida
El informe del CRUCH nos interpela a pensar la universidad no solo como un espacio de transmisión de conocimientos, sino como una comunidad humana que cuida, sostiene y transforma. La salud mental no debe ser entendida como un asunto individual ni exclusivamente clínico, sino como una dimensión fundamental del proyecto educativo. Protegerla implica garantizar el derecho a habitar la universidad sin miedo, con dignidad y con sentido. Esto exige voluntad política, recursos, formación, participación y, sobre todo, una ética del cuidado mutuo. Si las universidades asumen este desafío, no solo estarán formando profesionales más sanos, sino también personas más libres, solidarias y comprometidas con su entorno.
Subjetivamente: atención especializada para comunidades universitarias
Desde Subjetivamente, compartimos este diagnóstico y reafirmamos la necesidad de atender las particularidades de la experiencia universitaria desde un enfoque psicosocial, comunitario y relacional. Por eso, nos hemos especializado en el acompañamiento psicológico y emocional de estudiantes de educación superior, ofreciendo programas clínicos diseñados específicamente para sus trayectorias vitales, sus contextos académicos y sus desafíos personales.
Contamos con modalidades de atención flexibles, dispositivos grupales, individuales y digitales, y profesionales formados en psicología universitaria, mentalización y modelos de intervención actuales. Además, mantenemos convenios activos con universidades chilenas, lo que permite una articulación fluida con las unidades de bienestar estudiantil, las direcciones de asuntos estudiantiles (DAE) y otras instancias institucionales. Esta intercomunicación facilita la derivación, el seguimiento conjunto y la construcción de redes de apoyo más integrales y efectivas.
Nuestro compromiso es contribuir activamente a la construcción de comunidades universitarias más cuidadosas, inclusivas y afectivamente sostenibles, donde la salud mental no sea un privilegio, sino un derecho garantizado para todas y todos.





