En Chile los adolescente sufren una intensa crisis en Salud Mental.

Cómo es Ser adolescente en Chile: Un Análisis del Bienestar, la Digitalización y las Brechas de Género.

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La Encuesta Longitudinal de Primera Infancia (ELPI) 2024 ofrece uno de los diagnósticos más completos disponibles para entender cómo es ser adolescente en Chile. La riqueza de esta ronda —que siguió a 7.012 participantes desde 2010, desde su primera infancia hasta los 14–18 años actuales— permite observar cómo se modifican las trayectorias de bienestar, salud mental, entorno digital, relaciones y capacidades cognitivas a lo largo del tiempo.

Los resultados no solo describen cifras. Revelan tendencias estructurales, brechas persistentes y patrones socioculturales que están configurando la experiencia adolescente contemporánea. En ese marco, este artículo desarrolla los hallazgos centrales y discute sus implicancias para el país.

1. Bienestar Subjetivo y Salud Mental: Un Panorama de Vulnerabilidad con Marcadas Diferencias de Género

Un bienestar que se fragmenta en la adolescencia

La medición de bienestar subjetivo (BMSLSS) muestra que la adolescencia se consolida como una etapa donde las percepciones personales —sobre uno mismo, el entorno escolar o la vida en general— comienzan a debilitarse. Aunque la satisfacción familiar se mantiene alta, este ámbito parece funcionar más como un punto de estabilidad que como un indicador del bienestar global.

Dos fenómenos destacan:

La caída sistemática del bienestar femenino.
Las adolescentes reportan puntajes más bajos en todos los dominios evaluados, especialmente en la satisfacción consigo mismas. Este patrón no es aislado de la cultura: suele relacionarse con mayores exigencias externas, presión social, autocrítica elevada y exposición a discursos comparativos más fuertes.

El estancamiento del bienestar escolar.
Tanto hombres como mujeres muestran niveles moderados de satisfacción en el colegio. Esto puede reflejar un sistema educativo que, aun siendo un espacio central en la vida de los adolescentes, no siempre ofrece experiencias emocionalmente gratificantes o un entorno protector.

Salud mental: una crisis instalada y normalizada

La evaluación de sintomatología ansiosa y depresiva (PHQ-4) confirma una realidad ampliamente discutida, pero pocas veces dimensionada con datos longitudinales: la salud mental adolescente en Chile atraviesa un escenario crítico.

Tres de cada cuatro adolescentes presentan síntomas de ansiedad o depresión.

Más de uno de cada cuatro tiene síntomas moderados o severos.

Este nivel de afectación, lejos de ser circunstancial, parece indicar la presencia de factores sostenidos en el tiempo: sobrecarga escolar, incertidumbre social, exposición digital intensa, dinámicas familiares exigidas y crecientes presiones identitarias.

La brecha de género es particularmente significativa. Las adolescentes no solo reportan más síntomas, sino que también concentran el doble de casos severos. Esto sugiere que la experiencia emocional femenina está siendo impactada por un conjunto de vulnerabilidades específicas, entre ellas:

mayor exposición a juicios sociales y autovaloración comparativa,

vínculos digitales más demandantes,

expectativas sociales más rígidas sobre la apariencia, el rendimiento o el comportamiento,

mayor tendencia a la internalización emocional.

Sin embargo, un punto relevante emerge de los datos: la salud mental no mejora necesariamente con mayores ingresos. El hallazgo de que los quintiles medios y altos no presentan mejores indicadores que los de menor ingreso sugiere que la sintomatología adolescente no está determinada solo por las condiciones materiales, sino también por factores culturales, educativos, sociales y psicológicos transversales.

2. Entorno Digital: Intensidad, Ritmos y Riesgos en la Vida Conectada

Un uso digital que supera el ocio

El uso intensivo de redes sociales (54%) confirma que el ecosistema digital es uno de los espacios centrales donde los adolescentes construyen identidad, vínculos y referencia social. La pantalla no es solo un canal de entretenimiento: opera como espacio de pertenencia, validación, consumo informativo y comparación social.

La mayor intensidad de uso en mujeres puede estar relacionada con:

la importancia del vínculo social digital en grupos femeninos,

mayor participación en redes de interacción diaria,

dinámicas de comparación más frecuentes,

patrones de comunicación que privilegian plataformas visuales y conversacionales.

El consumo nocturno, especialmente elevado en adolescentes mujeres, es un indicador crítico. Afecta sueño, regulación emocional y atención, y parece consolidarse como una práctica normalizada.

Ciberviolencia y vulnerabilidad social

El cyberbullying emerge como un fenómeno transversal, pero con mayor impacto en mujeres y en adolescentes más jóvenes.

Las mujeres no solo reportan mayor victimización, sino también tipos de agresión que suelen afectar más la identidad personal: mensajes ofensivos, comentarios en grupos, burlas o juicios sobre la imagen. Estas dinámicas digitales tienen efectos significativos en autoestima, ansiedad social y percepción de seguridad en los entornos de pares.

El dato de que el quintil más bajo presenta menor victimización digital invita a una reflexión: los adolescentes de mayores ingresos podrían tener una presencia digital más extensa, diversificada y sostenida, lo que aumenta su exposición a interacciones conflictivas.

3. Relaciones y Conductas Sociales: La Importancia del Vínculo y los Patrones de Género

El estudio muestra que, pese a los desafíos, las relaciones familiares se mantienen como un eje protector: la mayoría comparte al menos una comida diaria, y una proporción significativa realiza actividades conjuntas.

Sin embargo, los modos de pedir ayuda evidencian diferencias importantes:

Las mujeres recurren más a la madre, amistades y hermanos.

Los hombres piden más apoyo al padre o, en un número preocupante, no piden ayuda a nadie.

Este patrón es consistente con modelos de socialización que desalientan a los hombres a expresar vulnerabilidad. Constituye un riesgo, considerando que la falta de apoyo social es un factor asociado a malestar psicológico y dificultades en la regulación emocional.

En participación social, la brecha sigue patrones tradicionales:

mujeres en espacios escolares, artísticos o sociales;

hombres en actividades deportivas y comunidades virtuales.

Esto sugiere que los espacios de participación siguen reproduciendo roles culturalmente establecidos, lo que influye en la configuración de habilidades sociales, redes de apoyo y desarrollo de identidad.

4. Trayectorias Longitudinales: Desarrollo Cognitivo, Estructura Familiar y Cambios Sociodemográficos

El seguimiento desde la primera infancia permite observar tendencias de largo plazo.

Transformación de la estructura familiar

La disminución del tamaño de los hogares y la caída en la presencia de ambos padres como núcleo conviviente reflejan cambios demográficos y culturales profundos. Para muchos adolescentes, esto implica estructuras familiares más diversas, pero también mayor carga en cuidadores principales y dinámicas más fragmentadas.

Brecha cognitiva persistente

La brecha socioeconómica en vocabulario (TVIP) es constante desde la infancia. Los niños y adolescentes de hogares de ingresos altos mantienen una ventaja sostenida. Este patrón evidencia la importancia del capital cultural, acceso a recursos educativos, estimulación temprana y disponibilidad de espacios de aprendizaje en el hogar.

La pérdida de la ventaja femenina

Un hallazgo particularmente interesante es que las niñas, que en la infancia mostraban mejor desempeño en vocabulario, pierden esa ventaja en la adolescencia. Esto puede relacionarse con:

mayor carga emocional acumulada,

estrés social diferenciado,

menor confianza en habilidades académicas,

cambios en hábitos de estudio y uso del tiempo,

aumento de presiones sociales y autoexigencia.

Este fenómeno invita a revisar cómo el sistema escolar, las expectativas de género y el entorno digital afectan la continuidad del desarrollo cognitivo.

Conclusiones Generales

Los datos de la ELPI 2024 muestran que ser adolescente en Chile hoy implica navegar una combinación compleja de factores:

un bienestar emocional frágil, especialmente en mujeres;

un ecosistema digital intensivo que amplifica comparaciones, modos de interacción y riesgos;

relaciones familiares aún protectoras, pero con patrones de género muy marcados;

una brecha cognitiva ligada al origen socioeconómico que permanece estable desde la infancia.

La evidencia no solo alerta sobre desafíos individuales, sino también sobre responsabilidades colectivas: políticas públicas, escuelas, familias y comunidades deben considerar que el bienestar adolescente no se explica únicamente por condiciones materiales, sino por un conjunto de factores psicosociales, culturales y tecnológicos que interactúan de forma constante.

El país enfrenta el desafío de construir entornos más protectores, experiencias educativas más significativas y un ecosistema digital más saludable. La adolescencia, más que un periodo de transición, se ha transformado en un espacio donde se reflejan las tensiones más profundas de nuestro tiempo.

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